lunes, 29 de abril de 2013

2005

Una de mis grandes carencias es que no tengo una buena memoria y que no soy capaz de tener sentido del tiempo como otros tienen esa capacidad para hacer una agenda de sus vidas. En el año 2005, no sé el mes, ni el día, un profesor nos dejo claro, a golpe de Hoja de Excel, que la burbuja inmobiliaria estallaría, a lo más tardar, en el año 2008. En ese año, recuerdo que así fue, que estallo, y recuerdo que alguien, contra todos los demás pronósticos, dijo que hasta el año 2015 no veríamos a la economía remontar una crisis que, a todas luces, sería la peor de las conocidas. Ahora estamos en el 2013 y nos aproximamos a otra predicción: que lo peor aún no ha pasado siendo, hasta ahora, la peor de las crisis. El Gobierno ha reconocido, no sé ni cómo ni el por qué, que la crisis, hasta el 2015 no será un mal recuerdo y, a pocas cuentas que se hagan, lo será en el sentido macroeconómico. Quienes la hemos sufrido, y aún sufriremos más, tendremos que aceptar que no veremos nada positivo. Moriremos con los efectos de la crisis en nuestras vidas. Este es el marco en el que nos movemos: sobrevivir y esperar del Buen Dios que la Caridad de la Iglesia no nos falte. No estoy dando por buenos los datos, ni estoy dando por sentado que las cosas hayan tenido que ser así por su propia naturaleza. Y eso es lo que más nos paraliza para la acción: no sabemos, a día de hoy, si lo que vivimos está anticipado por algunos, y por eso toman decisiones a su favor con éxito o si realmente hay plan premeditado. Lo que si parece cierto es que, pase lo que pase, se aprovecha, por unos y otros según sus prejuicios y oportunidades. Eso está claro. Cuento esto para poner de manifiesto que circunstancias nos rodean, negativas, parece, en este caso y cuales son las que realmente importan. Al final esas circunstancias nos retratan. Son capaces de juzgar nuestros principios y nuestros valores. Y de eso se trata aquí: no nos faltan santos. Hemos tenido de todos los continentes y condiciones. Hay algo, esa losa de plomo de la que hablo, que nos impide reconocernos en ellos. A miles de kilómetros, en otros continentes, esa losa de plomo no existe, no se da, y la vida fluye, la canción se canta, la vida se celebra aún con crisis más profundas, hambre real y violencia sistemática. Es Occidente el que está sumido en una fosa, de luz y sonido, sin duda, y dónde algunos nos han metido por cálculos estratégicos y tácticas que dependen de intereses que nada tienen que ver con Dios y su Iglesia. Ya da pena que necesiten explicaciones fuera de la Fe. Más pena da que condicionen esa Fe a las opiniones totalitarias de unos pocos. Y así es. Vivimos una crisis dónde, el creer se ha convertido en un sistema de confusas sospechas y de nostalgias propias de adolescentes por madurar.

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