lunes, 29 de abril de 2013

Tradicionalismos y progresismos: la losa de plomo.

Si hay losa, hay tumba. Si hay tumba cerrada con una losa, hay muerto. Puede que sea de muerte natural o provocada. Hay losa pesada, de plomo, tumba y muerto. Ese muerto es el corazón y alma, por tanto, de cientos de millones de nosotros. Decimos, con razón, que el pecado es muerte, que es obra del Maligno y de la libertad personal. Me refiero a quien lo comete, no a quién lo sufre. Decimos, con razón, que la tentación es una promesa del Diablo que sabe que no va a cumplir, que esconde en un bien lo que es un desorden para todos. Hay un pecado terrible que va contra la Caridad y que mata la Esperanza, primero, y aleja al hombre de la Fe. Durante estos últimos siglos ese pecado contra la Caridad ha sido el móvil, la esencia, la raíz del Mal de Mundo. En otras épocas los oleajes del Mal tenían otras características. En la nuestra han sido las ideologías. Y la Iglesia se ha visto en medio de esa maldad estructural con una violencia sin precedentes en mártires, en persecuciones, haciendo de nuestra vida de Fe un invierno gélido, al silencio, ante la algarabía de los pagados por las ideologías. Y yo soy uno de esos que se han quedado solos, helados, sin aliento, fríos, bajo la losa de plomo, que ha ralentizado mis constantes vitales. Apenas quiero, apenas amo, apenas pienso, a penas hablo, apenas puedo salir de mi mismo sin temor a ser ofendido, perseguido, adoctrinado, calumniado, clasificado y despreciado. Apenas puedo salir de mis cuatro paredes, de mi vida familiar y de mi profesión. Con eso no han podido: con la vocación que Dios me ha dado, no han podido. Ha aparecido, a pesar de todo, sobreviviendo, como un buque fantasma emerge de las profundidades y, tras unos meses de limpieza y arreglos, navega más rápido y más veloz que lo que podía imaginar. Aún tengo la mirada de los recuerdos sobre es viejo navío. ¿Para esto era necesario tantos problemas, tantas injusticias, maltrato, soledad, dolor y muerte?. Dejando clara la voluntad de Dios en todo ello y que el Bien es lo que cosechamos de todo ello, la fuerza del Mal en nuestras vidas es parte del precio de la Vida, de esta Vida, y que, clausurada, tiene sentido en la Otra. Por eso, muchos, tenemos demasiada información, demasiadas experiencias, en la vida inútiles, sólo puros espectadores, lo que podría ser una definición del Mal como ausencia de Bien, que dicen los clásicos. Esa ausencia de Bien, ese vacío incomodo, por el que nos hace pasar nuestro destino, tiene un realismo frío, metálico, a prueba de cualquier consuelo y sometido sólo a la espera de que concluya, que pare y desaparezca. En mi caso, ese dolor enraizado en mi pecado, en el de toda la Humanidad, sin más merito o más responsabilidad que esa, debilidad y solidaridad en ese pecado, ha tenido las notas especiales del mundo que me ha tocado vivir. En otros momentos y lugares, otras persona podrían haber escrito, vivido y pensando lo mismo con otras terribles experiencias de ese Mal. Sólo ante el Señor, ante su presencia, sabiendo, primero, quien soy, cómo he sido amado, y, segundo, cómo dice el poeta, sabiendo al mismo tiempo la condición del no ser, esta vez única, ejecuto, me dispongo a hacer presente esta narración del vacío, ausencia de bien y lo inevitable que es la santa voluntad de Dios, a pesar de los pesares. Y sólo es eso. Lo demás se lo dejamos a moralistas, teólogos y a quienes han tenido al terrible honor de colaborar con una de las estructuras de pecado más terribles de la Historia. Es el relato, pues, de una víctima, verdugo y espectador.

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